Circ. Nro. 29/2020
“(…) derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres y profetizarán sus hijos y sus hijas; los jóvenes verán visiones y los ancianos tendrán sueños proféticos.” (Hechos 2, 17)
Queridos hermanos,
Mientras vivimos esta etapa tan particular y compleja, caracterizada por el aislamiento de la cuarentena y sus consecuencias, transitamos los últimos días del tiempo pascual en que Cristo nos anima con su paz, vencedor del pecado y de la muerte. Este domingo, celebraremos Pentecostés, la llegada del Espíritu Santo, que hizo de la Iglesia una comunidad misionera, testigo desde entonces, de la alegría del Resucitado entre los hombres y los pueblos.
Si para los judíos, la fiesta de Pentecostés coincidía con una fiesta de primicias que los agricultores ofrecían a Dios (Lev 23,15-19; Num. 28,27-29), nosotros los cristianos celebramos el gran Don que Dios nos da, su Espíritu Santo, que nos impulsa a renovar nuestras vidas, a dejar el miedo o el aislamiento, para lanzarnos a la misión. Como aquella comunidad, entonces asustada y encerrada, recibió del Señor la fuerza para proclamarlo con valentía, hoy nos toca a nosotros testimoniarlo más allá de las difíciles circunstancias que atravesamos. Porque el mensaje del Señor es vida plena para todos, comunión en Él, solidaridad con los más pobres y afligidos, justicia en nuestros vínculos personales, sencillez y sobriedad para vivir cada día. Cristo muerto y resucitado por amor a nosotros es el corazón del anuncio que abre las puertas para que las bienaventuranzas sean un programa de vida anhelado y comunicable.
El milagro de Pentecostés, la presencia de oyentes de distintos pueblos y culturas en Jerusalén, que pueden escuchar proclamar las maravillas de Dios en sus propias lenguas, subraya la universalidad de la llamada de Dios. Contra cualquier pretendida forma de nacionalismo, sectarismo o individualismo, el Espíritu Santo toca los corazones y las mentes de los hombres. Es una llamada generosa, potente, que abre camino al encuentro entre los hombres. Si la tragedia de Babel quería explicar la triste realidad de pueblos y culturas aislados como compartimentos estancos, incapaces de entenderse y de progresar en un destino común, la venida del Espíritu Santo impulsa la comunión en el seguimiento del Señor.
Muchas veces escuchamos hablar de la globalización como un fenómeno económico, social y político, que acercaba a pueblos y a culturas lejanas en una confluencia prevalentemente de intereses económicos. El Papa Francisco ha llamado reiteradamente la atención sobre las relaciones internacionales y la incapacidad para generar una mejor distribución de bienes entre los pueblos, acogiendo a los migrantes y garantizando a todos los hombres la dignidad y plenitud, tomando distancia de toda forma de globalización de la indiferencia. La crisis desatada por la pandemia del Covid19 nos acerca en una sensibilidad común con otros países y otras comunidades, todos atravesados por el impacto de la enfermedad y el miedo a lo que pueda sobrevenir. Lo hemos visto en los medios de comunicación. Las imágenes de dolor y muerte nos golpean con fuerza.
Por eso, hoy más que nunca el lenguaje de la caridad, expresado en distintas formas de empatía, solidaridad y corresponsabilidad, puede ayudar a esta Humanidad así lacerada, a salir de esta dramática situación.
El cristianismo habla este lenguaje y promueve una atmósfera de sensibilidad concreta y de generosidad eficaz ante el sufrimiento del hermano. En palabras del Papa Francisco, “es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir presente ante la enorme e impostergable tarea que nos espera. Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Éste es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que sólo el Evangelio nos puede proporcionar. El Espíritu, que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de “hacer nuevas todas las cosas” (Ap. 21, 5).”
La participación de numerosos miembros de nuestras comunidades en diferentes experiencias de voluntariado, particularmente en Cáritas y las áreas pastorales específicas de Migrantes, de la Calle, de la Salud y Carcelaria, dan testimonio de esta apertura realista a las necesidades de la sociedad. También es necesario seguir creciendo en los modos de comunicación en las pastorales del anuncio, principalmente en las distintas catequesis para extender la proclamación de la Buena Noticia a más personas y comunidades. Y deseo alentar a los cristianos que se desempeñan en las distintas profesiones, en la educación, en organizaciones sociales y políticas, a intervenir activamente y conforme a su fe en la etapa que seguirá al cese de la cuarentena, con criterios éticos y humanitarios que incorporen los valores evangélicos. En suma, en la “nueva normalidad” que deberemos habitar los creyentes, el Espíritu Santo nos estará impulsando a participar de la vida social aportando la riqueza del Evangelio del Señor. Nadie debería sentirse ajeno a los desafíos misioneros de estos nuevos tiempos.
Que el Espíritu Santo nos ilumine para vivir con pasión evangélica nuestra condición de creyentes. Con todo afecto, los abrazo y bendigo en el Señor Jesús, buen Pastor. Nuestra Madre Santísima del Rosario nos cuide y siga ayudando a hacer cuanto el Señor nos diga.
Mendoza, 27 de mayo de 2020.-
+Padre Obispo Marcelo Daniel Colombo